¿Qué hacer para no llorar?
Cierras la boca y aprietas la mandíbula, tragas saliva y aprietas el cuello, tensas todo tu cuerpo, te pones a pensar en cualquier otra cosa para evitar el recuerdo de ese momento triste que te empuja a llorar, te distraes con cualquier cosa para evitar conectar con ese dolor, bebes, compras, te drogas, sales de fiesta, ahogas ese grito de desesperanza dentro de ti mismx, no paras de hacer mil cosas en un bucle sin fin para no parar y no conectar con esa sensación amarga, sonríes y vuelves a sonreír, haces una broma y sales por la tangente, hablas y razonas sin conectar con tu emoción, te enfadas con el mundo o con el/la otrx, … Seguramente, quien más quien menos, en algunos momentos de vuestra vida os habréis visto en situaciones como estas.
La tristeza igual que el resto de las emociones, no es mala, simplemente es una emoción necesaria que hace que nos sintamos con ganas de llorar para poder descargar algo que nos estresa, nos frustra, nos duele, … Llorar hace que liberemos hormonas como la oxitocina y se creen endorfinas (una de las hormonas de la felicidad) que a su vez hacen que tengamos un efecto tranquilizador y calmante después de descargar con una buena llorera.
Llorar y conectar con la tristeza es saludable y necesario. Sino lo haces (seguramente el contacto con esta emoción esté bloqueada desde tu infancia) habrás estado guardando en tu “mochila” kilos y kilos de carga de tristeza no expresada durante años y esto te acompañará toda tu vida. Esta carga de ninguna de las maneras es sana, nada sana. No llorar o no contactar con la tristeza te habrá hecho sentir una persona menos débil en tu etapa de adolescente o ya de adultx y creerás que eso es lo que la sociedad, tu familia, tus amigxs necesitan o quieren ver de ti o simplemente te dará seguridad personal y tu autoestima dependerá de mostrarte triste o no. No sé qué será lo que tu entorno necesite o quiera de ti, pero desde luego a ti no te hace ningún favor no saber conectar con la tristeza (“pienso que toda mi vida es un camino de rosas”) o evitarla (“siento la tristeza en algún rincón de mí pero evito conectar con ella”) o no expresarla (“siento y conecto con la tristeza pero hago lo imposible para no expresarla”).
¿Qué nos pasa cuando vemos a otra persona triste?
Si somos incapaces de conectar con nuestra tristeza, si la conexión con la tristeza nos hace sentir un dolor que no sabemos soportar y/o transitar, si la conexión con la tristeza nos da un miedo atroz por no saber a dónde nos llevará, seguramente cada vez que veamos a alguien cercano llorar (algún familiar, pareja, hijx, amigx, …), haremos todo lo posible para que esa persona deje de llorar lo antes posible, ya sea distrayéndola, ya sea diciéndole “que no llore que no pasa nada”, “no es para tanto”, “¡pero qué te pasa, por qué lloras!”, ya sea… mil maneras que hemos ido aprendiendo para que el resto también no contacte con la tristeza y así nosotrxs estar más tranquilxs. Ya que conectar con la tristeza de la otra persona supondría contactar con nuestra propia tristeza (esto requiere un mínimo de empatía), y contactar con nuestra propia tristeza como hemos visto en los párrafos anteriores suele ser algo que evitamos a toda costa.
Esto es algo con lo que habréis vivido y os habréis encontrado seguramente muchas veces, ya sea por que lo hagáis vosotrxs mismxs o porque aunque en vosotrxs mismxs no lo identifiquéis, sí que lo habéis visto claramente a vuestro alrededor: en el parque con niñxs, en la familia, en la pareja, con amigxs, en comidas-cenas familiares, … Mención especial a la situación de cuando estás en familia, con hijxs pequeños en un lugar público y de repente el/la niñx que todavía no tiene bloqueada la capacidad de conectar con la tristeza y poder expresarla (benditxs niñxs que todavía están sanos), ¡empieza a llorar! ¡¡¡Alarmaaaaaaa!!!
Aquí se unen varias cosas: la primera es lo incómodo que nos hace sentir a lxs adultxs que alguien llore porque eso nos conecta con algo doloroso con lo que no queremos conectar, y mucho menos si es en público (lo sé, seguramente no te darás cuenta que es por esto y ahora mismo dirás que esto a ti no te pasa). Otra cuestión es la concepción de que la tristeza y el llorar son una emoción “mala-débil” y que por tanto cuanto menos se muestren en público mejor, “¡por favor, que el/la niñx si tiene que llorar que llore, pero que vaya al baño o lejos de aquí!”. Y luego está una de las más extendidas, la vergüenza que nos hace pasar a lxs adultxs que un/a niñx conecte con una de sus emociones (concretamente la tristeza y su acción de llorar) en público, por ejemplo en un autobús, un restaurante… Si nos diéramos cuenta lo perjudicial que es bloquear al/la niñx sus emociones naturales, nos olvidaríamos un poco de nuestras vergüenzas y nuestras incapacidades de conectar con nuestra propia tristeza y simplemente acompañaríamos en su emoción hasta que se calmase por sí solx habiendo descargado todo lo necesario.
Lxs adultxs lo tenemos jodido, ya que todo ha hecho que hayamos llegado a nuestra edad con aprendizajes totalmente insanos y enfermizos, y deconstruir esto es algo que primero unx tiene que verlo y quererlo, y que después se tiene que poner a trabajar, y este camino duele, ya que conectar con el dolor, duele. La otra opción es seguir como hasta ahora, y ya. Por suerte lxs niñxs nacen sanos, sin estas taras aprendidas, y de lxs adultxs depende que no transmitamos esta parte tan perjudicial instaurada en nosotrxs a las próximas generaciones. Aunque tú no te mires, hazlo por la salud de ellxs.
Cuando deconstruyes un poco o un mucho y aprendes a expresar la tristeza de manera espontánea (o más o menos espontánea), con el tiempo, acaba siendo otra emoción más que te invade puntualmente y según viene se va, al igual que la risa, el enfado, … Dejas de estigmatizarla, la vives, la exteriorizas, no te sientes débil, apenas te da vergüenza y te das cuenta que simplemente vives más sanamente, sin tanto bloqueo.
Para finalizar quiero comentaros algo que no solo lo he visto con niñxs pequeñxs, sino también con adultos en formaciones y terapias de grupo:
Alguien conecta con la tristeza (joder, con lo que cuesta y lo está consiguiendo, ¡bravooo!), se le acompaña en esa tristeza y se le ayuda o se le deja expresarla, ya sea hablando, con gestos o como sea (que buen acompañamiento, ¡ole, ole!) y de repente empieza a brotar de sus ojos unas lágrimas que dan lugar al inicio del final del recorrido de la tristeza y… alguien le acerca un pañuelo o le suena los mocos o le quita las lágrimas o… ¡y se jodió todo, las lágrimas desaparecen y se bloquea la expresión! ¡Dejad que caigan las lágrimas por su cara, que sus mocos lleguen a su boca o se limpie con lo que tenga a mano, pero por favor, ¡dejad que llore! Y cuando esté rebosante de todo que casi no pueda respirar porque sus mocos tapan los orificios nasales, entonces sí, acercarle sin que apenas interfiera en su descarga, un pañuelo de papel para que si él/ella quiere se quite los mocos y las lágrimas, pero que fluya, ¡joder!, dejad que fluya. Esto lo hacemos de manera inconsciente, no te culpes, simplemente reflexiona y deja que llore.
Si a la persona adulta (que le cuesta conectar con el llanto) que está conectando con la acción de llorar le acercas al instante un pañuelo para que se limpie, lo más común es que esa persona coja ese pañuelo, se desconecte de la emoción, se seque las lágrimas y los mocos y no exprese libremente su emoción.
Si a un/a niñx en vez de acompañarle en su llanto le das un pañuelo para que se limpie, inconscientemente le estarás transmitiendo que en ese instante es más importante que se limpie la cara en vez de acompañarle en el llanto. Y de ahí ya empezará a interiorizar que eso de llorar no debe ser nada bueno porque cada vez que lo hago me interrumpen para limpiarme la cara (en el mejor de los casos). ¿Y por qué hacemos esto lxs adultxs? Quizás sea porque ver llorar a un/a niñx nos duela y nos conecte con nuestro dolor el cual llevamos evitando toda nuestra vida.